sábado, 3 de marzo de 2018

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Respuesta al ex canciller de Colombia Julio Londoño Paredes
Leandro Area Pereira*

Acaba de ser publicado en la prestigiosa y leída Revista Semana de Colombia, un artículo firmado por el Coronel Julio Londoño Paredes (Bogotá, 10 de junio de 1938), columnista habitual de esa casa, cuyo título es “Sombras para Venezuela en el Oriente”. Resumo su contenido utilizando textualmente palabras del propio ex canciller: “El Secretario General de las Naciones Unidas, ha remitido la controversia entre Guyana y Venezuela a la consideración de la Corte Internacional de Justicia. Entretanto el diferendo colombo-venezolano sigue estancado”.
Deseo a este respecto aclarar que actualmente las relaciones entre Colombia y Venezuela tienen un esquema vigente de diálogo, recogido inicialmente en la Declaración de Ureña (28 de marzo de 1989), precisamente cuando el Coronel Londoño era Canciller de la República. Dicho esquema fue perfeccionado posteriormente con el Acta de San Pedro Alejandrino (6 de marzo de1990), convirtiéndose su contenido en política de Estado.
De esas fechas a esta parte, a pesar de los inconvenientes más o menos graves ocurridos entre ambos gobiernos, el modelo de negociación ha sido ratificado y enriquecido por ambas naciones a través de sus gobiernos hasta el día de hoy. Pacta Sum Servanda.
El tema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas al norte del Golfo de Venezuela posee su Modus Operandi específico que es manejado por Comisiones Presidenciales Negociadoras que administran también otros temas, a saber: la demarcación y densificación de la frontera terrestre, las cuencas hidrográficas internacionales, la navegación de los ríos y las migraciones.
Los principios en los que se sustentan estas conversaciones son primero el de la negociación directa, quiere decir sin intervención de terceros, y segundo, el de la globalidad, que entrelaza todos los temas desgolfizando la relación entre ambos países y haciéndola así más fructífera y próspera sin ataduras a diferencias territoriales.
A la luz de estos argumentos es que venir a proponer la intervención de terceros a través de la aplicación del Tratado de No Agresión, Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial entre Colombia y Venezuela (17 de diciembre de 1939), resulta, otra vez y ya tantas, fuera de contexto y de ceguera hostil, al no leer como se debe el rotundo Artículo II del mencionado Tratado, en donde se nos dice que sí, que ambas partes se comprometen a someter a los procedimientos de solución pacífica las controversias de cualquier naturaleza, “exceptuando solamente las que atañen INTERESES VITALES, A LA INDEPENDENCIA O A LA INTEGRIDAD TERRITORIAL”, y el Golfo de Venezuela calza perfectamente en todas esas excepciones. ¿Hasta cuándo habrá que repetirlo?
Pero ya es vieja la mala intención y la manía de querer llevar a Venezuela a laudos en los que siempre hemos salido derrotados en los temas de la definición de la frontera terrestre. Para ejemplo están el Laudo Español (16 de marzo de 1891) y el Suizo (24 de marzo de 1922). Esa ha sido además la postura pertinaz de Colombia, con Julio Londoño a la cabeza, desde los años setenta, esa la de obligarnos a discutir derechos soberanos frente a jueces sobre áreas marinas y submarinas en tercerías jurídicas que hasta al Papa han propuesto.
En tal sentido, los últimos eventos que vienen a mi memoria son los ocurridos hace ya 30 años, en agosto de 1987, en el Golfo de Venezuela, con la incursión entre otras de la corbeta ARC-Caldas en áreas marinas y submarinas en las que Venezuela ha ejercido y ejerce soberanía plena y control inmemorial. El presidente de Colombia era Virgilio Barco y su canciller precisamente Julio Londoño; el presidente de Venezuela era Jaime Lusinchi y su canciller Simón Alberto Consalvi.
Ahora reaparece nuevamente como fuera de foco y de contexto el tema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas entre Colombia y Venezuela, por voz de quien ha ejercido, nadie lo niega, tamaño poder en la definición y ejecución de la política fronteriza de Colombia en los últimos cincuenta años, es decir, medio siglo. Honor a quien honor merece.
Por eso justamente es que debemos estar pendientes pues regolfizar las relaciones políticas entre ambos países sería una insensatez. Aprovechar las debilidades institucionales del gobierno venezolano y las penurias de la población que ya rayan en debacle humanitaria con repercusiones alarmantes para el vecino en materia migratoria, para repetir una incursión como la antes señalada, sería una insensatez mayor e imperdonable, otra herida abierta que no merecen las generaciones del porvenir.
Por otra parte, tratar de remendar los fracasos y las derrotas sufridas frente a Nicaragua en litigio por soberanía marítima en esa misma invocada Corte Internacional de Justicia de la Haya, creando una situación de provocación y posible guerra con Venezuela, estaría en contravía además, imagino, con la actitud del gobierno de Juan Manuel Santos quien prefirió la obsequiosa participación del gobierno de Venezuela en resolver el tema de la paz con la guerrilla, dejando a cambio en silencio cómplice hacer y deshacer a su vecino el gobierno venezolano, su mejor amigo, lo que se hacía en contra de la democracia y los derechos humanos. En dicho escenario el tema del Golfo de Venezuela nunca estuvo en la agenda de Santos y ahora, ya con el sol a las espaldas, debería suponer que quién sabe.
Revivir hoy, como lo hace el articulista, traído por los cabellos y mal empaquetado dentro de la problemática presente entre Guyana y Venezuela el tema del Golfo, vendría a darle mayores argumentos al gobierno de Nicolás Maduro para militarizar y radicalizar más aún su gestión interna y su actitud belicosa frente a vecinos y demás escenarios de la política internacional que hoy juegan a favor del restablecimiento de la democracia en Venezuela y a la total pacificación de las guerrillas en Colombia. Sería ponerle en bandeja de plata argumentos, oxígeno y tiempo para que el gobierno se victimizara aún más y disparara su inagotable y cansina artillería verborréica anti imperialista y demás.
Apreciado Canciller Londoño lo invito a que pensemos en grande, nuestros padres mayores y naciones así lo merecen. Animemos más bien la idea de un futuro democrático unido de progreso para ambos pueblos que siguen siendo uno, y relancemos sueños de integración política, económica y social de nuestros dos países amenazados hoy por tantas necesidades y penurias y pendientes de los mismos peligros que cobran fuerza y demagogia en tiempos de cizaña.

* Embajador. Ex Secretario Ejecutivo de la Comisión Presidencial Venezolana Negociadora con Colombia (1989-1999)

martes, 29 de marzo de 2016

De victorias y derrotas 

Leandro Area

De victorias y derrotasSobre victorias y derrotas, que en traducción universal resu ltan ser casi siempre sinónimos estrafalarios de éxitos y fracasos, quiero dejar por escrito en este espacio utilizando la tiza que me facilita su clemencia para borrar y perdonarme si me equivoco. Sobre ellas pienso murmurar, discurrir y proponer. Espero llegar a alguna parte.
Intentar definirlas es ya de por sí  un hecho controversial y laborioso. Clasificarlas es aventura absurda, casi que mórbida, pero dejar de pensar en ellas es al mismo tiempo improbable. “Ser o no ser”, que vendría a representar uno de sus binomios comparativo de parentesco preferido y tradicional, análogo potencial aunque insatisfactorio, no tiene tampoco límites precisos que pudieran ayudarnos en nuestra empresa definitoria pues es tal de inmensa y elusiva su territorialidad que muchas veces la existencia humana se encuentra adherida de manera implacable a sus designios sin nosotros poder ser sino testigos. De asuntos de esa índole estamos pues hablando. Casi que exagerando, del destino. Más complicado aún si se piensa que se pudiera ser y no ser al mismo tiempo, victorias y derrotas complementarias y no necesariamente excluyentes, cambiando profundamente las reglas de ese juego o tragedia en su versión clásica, dándole primacía ahora al estar sobre el cansado y moral ser aquel de Shakespeare.
En adición de complejidades, que las hay para todos los gustos, imagino que ya antes de nacer existen células o mecanismos especialísimos que nos advierten de la existencia de sus microscópicos laberintos. Ya viven de antemano y si no se les inventa de tal forma que alcanzan hasta para paladares insaciables o exóticos, por urgentes o retorcidos  que estos sean.
Para colmo, no hay quien de buenas a primeras se salve de sus abrazadoras llamaradas que aunque tú no las busques, ellas te encontraran. Solo el ejercicio inhumano de la más absoluta abstinencia y abandono, que son terror y olvido de uno mismo, camino de la trascendencia arguyen, nos liberaría, supongo, de su absorbente energía esclavizadora. Unas y otras son alimentos vitales y venenosos, mercancías escabrosas, que componen el mercado de nuestras elevaciones y vergüenzas que se resumen en el menú infinito de lo divino y lo monstruoso, en todos sus matices, de lo que vamos siendo y haciendo, mientras andamos de paso por la vida.
Las hay, agrego, para todos aquellos que se las gozan o padecen, directa o indirectamente, miran o admiran, pues no hay envidia que no consiga presa ni interés que no encuentre negocio, que hasta la guerra vende, ni se diga la muerte. Es tal su variedad, que no hay punto cardinal que allí no se consuma y coincida, pues pareciera que la vida transcurre entre ambos paralelos. Los almanaques de la historia tienen todos sus días marcados con la tinta indeleble de sus ocurrencias, reales o ficticias, que hasta el nacimiento de algún Santo o Beato, queda allí registrado en interés de alguien.
Las victorias vuelan hacia arriba mientras que las derrotas descienden a los infiernos del Dante, por ejemplo. No es lo mismo un descalabro militar que una victoria política o viceversa, sobre todo y más allá de lo evidente, por las fechas, el momento, las circunstancias y las implicaciones de las mismas; por el ámbito vital de su ocurrencia. Por ello es que sobran las dudas para escoger el instrumento para medir su impacto y significaciones.
Existen siempre al menos dos versiones distintas sobre los hechos que las componen y sobre sus cronologías específicas, actores, lugares y repercusiones. Nadie tiene el monopolio de su verdad porque ninguna es cierta de un todo y por completo. Todo depende de quién cuente lo acontecido y tantas veces lo manipule al antojo del poder. Las derrotas son huérfanas, íngrimas y feas, nadie quiere retratarse con ellas, mientras que a las victorias les sobran los pretendientes; son bellas y distantes, se hacen acompañar por chaperonas y andar con ellas es siempre muy chic.
En buena parte de los casos a los principales actores involucrados en su trama se les ha convertido en iconos, arquetipos, hitos de la humanidad, tesoros ejemplares de lo que se debe o no hacer, de lo bueno y de lo malo, de lo bello y de lo horrible, de la sabiduría y la compasión o de la maldad y la vergüenza, humanas todas ellas.
Es de hacer notar que los motivos, indumentarias y perfiles de héroes y villanos han ido transformándose a lo largo del tiempo. De lo sublime hemos pasado en nuestra gelatina histórica a lo impensable, de los gloriosos en la acción a los corruptos, de los filósofos y otros exploradores de la verdad a los que adoran dar golpes de Estado u otras tropelías semejantes, de un buen gobernante a un narcotraficante. Los escenarios también han evolucionado y así hemos pasado de los campos de batalla a las alfombras rojas, de las democracias a una llamada telefónica, de una carta de amor que nunca llega a un frigorífico tuit apuradito de 140 caracteres y no más.
En cuanto a la duración y efectos especiales, hay también para todos los instrumentos que tienen como hobby medir el tiempo. Las victorias parecen durar menos que las derrotas, las  primeras son como la champaña o el perfume exquisito y las segundas como las interminables esperas en el consultorio de un dentista. Ello puede deberse a que las derrotas son difíciles de digerir, constituyen plato pesado, picante, grasoso, de lento y doloroso reconocimiento. Los triunfos por su parte son como los caramelos: engordan, provocan risa, contentura y descuidos, lamentables a veces.
Las victorias, ellas, son además expresivas, hacia afuera, cariñosas, encuentran amigos a más no poder y por doquier hasta que dure lo ganado, aunque la verdad sea dicha no poseen la intensidad pasional de las derrotas. El que vence es botarate, brinca, habla de más, celebra, abre las puertas y ventanas, derrocha plenitud a manos excesivas y corre el muy habitual riesgo de dormirse en sus propios laureles y chinchorros que es igual a sufrir del síndrome de la “etapa superada”, en el cual el pensamiento y la acción, en solitario, en pareja  y hasta en grupo, tienden a desgonzarse cual los resortes que le sirvieron paradójicamente  para tomar definitivo impulso. Al contrario, el derrotado es ahorrativo, íntimo, intestino, persistente, no olvida, insiste a veces; guarda lo suyo en la caja fuerte de los infortunios imborrables hasta nunca jamás. Las derrotas no se reparten, de allí provienen los odios históricos, las venganzas tenaces, los rencores y dogmas, las fantasmagorías.
Conste también que para estos espectáculos hay público del más diverso origen y condición, y tenemos a los que prefieren a los ganadores aunque haya a la par los que suspiran por los derrotados; se complementan con ellos en su papel de padre o madre o hijo sustituto, o quién sabe. Pero en ambos casos hay adeptos persistentes y si no que lo digan la realidad, la literatura, la ópera o el cine, los amores y las distancias imborrables convertidas en emoción y para siempre, la poesía. En esas geografías no hay lágrima que no encuentre pañuelo forastero ni sonrisa que no se refleje en el espejo de otro.
Maestras en el difícil arte de vivir, victorias y derrotas deberían servirnos de enseñanza compañera y de guía para entender que la vida es más que la resta de sus partes.

El primate filosófico


 “La humanidad anda atrapada en esos laberintos insondables, buscando nuevos espacios en los confines de su alma por si acaso no encuentra otra galaxia.” Imagen tomada de la web; sin menoscabo de los derechos de su autor.Las heridas, sociales por lo pronto, cuando se originan y no terminan de curarse, si acaso se intentan subsanar con una propina, con el desfile rimbombante y colorido de una fecha patria, en unas lágrimas regadas al pié de una tumba maquillada en perfumado epitafio, en un perdón hipócrita y por lo tanto humillante, en la fanfarria de la reconciliación, el falso olvido, un edicto pomposo decretando la paz, una plaza y sus palomas tétricas, un héroe que flota en su aburrimiento de incienso, un cheque a cambio de un montón de silencios, total en una deuda de rencores diferidos y culpas impunes que coincide en una carga de lastres impagables, crecientes, vitalicios, históricos, que tendrán que afrontar otros sin suerte asegurada, más adelante, en el tiempo de siempre que se repite inexorablemente.
Casi todas esas deudas heridas cometidas, tuvieron razón y corazón de ser en una invasión, en una guerra, en la guillotina u otras ruinas públicas como quemar viva a la gente colgándola de hereje, en una injusticia o muchas que no por singulares pesan menos; en el racismo, un campo de concentración, un fusilamiento, un secuestro y sus desapariciones, los expulsados por la raíz que sea y que buscan asilo como y donde se pueda; unos presos políticos u otras injusticias parecidas que dan su cachetada de menosprecio por lo humano; un mal gobierno, una torpeza, un desdén, un desplante, y faltarían tanto que agregar que da vértigo.
En la lista de los más populares a quienes se les achaca la culpa de estas catástrofes destacan ciertos conquistadores, una pandilla que adquiere esplendor, fama y poder por sus pericias y maldades, un loco con un arma o micrófono y audiencia colectiva, un truhán que quiere darse un antojo con el apoyo de los electores, demócrata lo apodan, un tirano que por todas las del medio y de la ley de su crueldad desenfadada, encaramado a un dios, destripa, degolla, empala o apedrea, en público y universal, a los que marca de infieles y se ríe sin dientes y sin rostro frente a todos, de todos, sin distinción de edad, raza, sexo o religión. La lista sería larga y más pesada aún; mejor no intentar completarla para no ser ejecutado sumariamente por los que de ella se excluyen en mi inocencia miope.
En fin, que es humillante, lamentable y además de escabroso, que la humanidad esté acorralada por estos designios destructivos, bárbaros e impunes, acolitados por la indecisión que demuestran los que viven y dependen de la volátil popularidad de los votantes, los jefes de gobierno y de Estado por ejemplo, la comunidad internacional que dice estarlo aunque no lo parezca, que deberían erigirse unidos al frente de la defensa de los valores de la humanidad hoy en vilo, sin entrar en detalles exquisitos y debates paupérrimos, por que el común denominador a fin de cuenta es sencillo y frugal, mientras que los peligros y sus consecuencias dejaron de ser inimaginables para acercarse ya al horizonte escaso de nuestras tan inmediatas y sensibles narices.
Porque es que el ensoberbecido mal anda suelto y de su cuenta, y se le ven los tentáculos a cada instante, mientras que el bien nunca se halla, jamás se sabe, se implora, se exige, se le reza, pero se vacila frente a él al verlo en un mundo plagado de tanta desconfianza que hasta él duda de si y se resbala y cae.
Son todas esas sombras persistentes las que nos resumen la vida de hoy a sus escombros evidentes; datos que las estadísticas borran en sus números; la vida de uno en suma de tantas restas y que son más que infames, mostrándose desparpajadas a la luz de los medios de comunicación y redes sociales que no saben qué hacer y multiplican, mientras el mundo se desliza redundante sobre las burbujas de su pomposa vacuidad, “en exclusiva”, mientras los gorgojos trabajan sin descanso.
En paralelo, en ese camino persistente de derrotas y agravios, se nos ofrecen lecciones de bondad, justicia y auto ayuda que basan su argumento en la idea de que no hay otra manera de olvidar una pena, vivir el luto, encubrir la derrota, abreviar el hartazgo que esas penurias dejan, que con el nuevo engaño de aceptar al enemigo, perdonarlo, cercenar la memoria, confesarnos, proponer la otra mejilla o tal vez en contrario exaltando el error lucrativo de un ensañamiento contra un sustituto construido, un muñeco de trapo, con el cual distraer atenciones, un bulto cercano o a lo lejos o todos a la vez que ayuden a drenar la plana intensa de nuestros desencantos. Mecanismos de defensa del yo los llamó y enumeró en detalle Anna Freud la hija del otro. ¿Será que no hay salida? ¿Allí radicará el territorio necesario de la Política, hoy ineludible como nunca antes?
La humanidad anda atrapada en esos laberintos insondables, buscando nuevos espacios en los confines de su alma por si acaso no encuentra otra galaxia. Primates filosóficos, de rama en rama, pensando, huyendo, persistiendo, buscando.

La estrategia del gorgojo

Leandro Area

La estrategia del gorgojoEn Venezuela hay quienes pretenden que, como por efecto de una píldora milagrosa, todo se abrevie, se purgue, sane y se despierte de esta larga agonía que vivimos desde hace 17 años y contando, con la salida de Maduro de la presidencia de la República. Hasta yo en mi desesperación coincidiría con ello sin ninguna duda. Que allí se evapore la realidad abismal que nos sirve de piso existencial día tras día, segundo tras segundo, es otra cosa. Me acuerdo de cuando salimos corriendo de Carlos Andrés Pérez y caímos felices en los brazos de Chávez hasta el día de hoy representado por su ungido e incapaz sustituto. Valdría la pena nos preguntemos: después de Maduro quién, qué, con quién, cómo, hacia dónde. No estaría de más.
Pues es que con puntualidad inglesa y derroche de trópico, por oleadas pero sin descanso, desde hace tanto tiempo que la memoria ya no alcanza, se producen en Venezuela escándalos, culebrones, tragedias que provocan atención y griteríos, capaces de desorientar al más curtido de los observadores. Nunca estuvo de más, menos ahora, treparse al techo de los acontecimientos, si es que ello es posible, para observar el río de nuestros infortunios que pasa mientras la casa en la que nos subimos se hunde aceleradamente, migaja tras migaja, con nosotros encima de antena parabólica.
Y qué casualidad que coincidan guacharacas y loros, cotorras y guacamayas, con comadres chismosas y demás celestinas a estas horas del día, a dar rienda suelta a dimes y diretes, a qué se dice por ahí,  a chismes y demás vecindarios vocingleros. A “rumorear”, que se ha convertido en el deporte nacional favorito por encima del bate y la pelota, salir del Presidente, que no sé por qué motivo me retrotrae a los tiempos aquellos, ni tan viejos, de Carlos Andrés Pérez cuando Venezuela decidió, perdónenme que recuerde otra vez ese pecado de nuestra estrangulación colectiva, tirarse por el barranco que ofreció Hugo Chávez.
Porque en la oposición de ahora es lógico entender su pertinaz referencia estratégica a Maduro y su inenarrable gobierno como causa  de los males bíblicos, plagas, que nos hacen la vida intragable y cuya salida del poder sería condición obligatoria aunque no suficiente para empezar a desatar el nudo de estopa en el que estamos metidos y perdidos.
Pero lo que sí me llama la atención desmesuradamente, no debería tal vez a estas alturas de la vida,  es que tantos chavistas, incluyendo altos ex funcionarios del gobierno, castas palomas de gentil plumaje, con tal vehemencia y arrebato apunten hacia el mismo objetivo, inclementes, de salir de Maduro, dejando al comandante incólume, eterno y tan campante de todo mal y peligro como si él y ellos no tuvieran que ver en nada con el abismo multidimensional y otros chanchullos de hoy; como que si ellos no hubieran timoneado a este Titanic.
Son los surfo-chavistas, oportunistas políticos, neologismo satírico y aprovechado, que define a aquellos que ven bajita la ola y barata la posibilidad de seguir vivos y  prodigarse esplendidos como necesarios e indispensables a los fines de la “transición democrática”. Ahora dan lecciones de honestidad, se dan golpes de pecho, “nos corrompieron” dicen, son ejemplos de pureza, maestros del bien, enemigos de la corrupción, el burocratismo y del militarismo, monjes casi que flotan sobre el Monte Athos.
Venderán caro su salto dialéctico de talanquera envueltos en frazadas éticas y rimbombantes, casi que religiosas, acompañadas de aleccionadoras frases al estilo de “Si el Comandante estuviese vivo…”, que lo que quieren buscan y desean es sacudirse a Maduro de sus espaldas mojadas y migrantes, a cambio de salvar el pellejo de ellos primero, del chavismo de Chávez después y del Socialismo del Siglo XXI, si se puede. En todo lo demás que sobra quedaría la ñapa petrolera a repartir, sana costumbre rentista y neo liberal a la que ya estamos tan acostumbrados del tantico por ciento. Quizás hasta sean Ministros del futuro pues “factores de poder” se han autoproclamado. No te extrañe.
Así es casi siempre la historia de la Historia, el pragmatismo por sobre la verdad, así poco nos guste. La persecución del equilibrio por más inestable que parezca. Por eso es que duran tanto los gorgojos
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La teoría del otro        

Leandro Area

La teoría del otro
                                                                      Primero. A  pesar de las aparentes y aparatosas distancias en el discurso, gestos y acciones del presente, entre Colombia y Venezuela hay algo que las avecina más allá de lo que repiten los libros o aparece rimbombante en los medios. Es que políticamente, a pesar de sus diferencias que son más que matices, las fronteras cerradas, por ejemplo, sus gobiernos, que son débiles e inescrupulosos por distintas razones, necesitan en muchos casos de intensos enemigos, reales o inventados, internos y externos si se puede, equivalentes en sus flaquezas y ambiciones a ellos mismos, para poder sobrevivir como proyecto político que camina a traspiés, y conservar o transferir así el poder sin sobresaltos entre fieles y acólitos de conveniencia.
En ambos casos, guerrilla colombiana y “oposición” a la venezolana, sin tener nada que ver entre sí y más bien al contrario en apariencia, se hacen equivalentes en el papel que tienen que jugar el uno para el otro, en este caso ante sus gobiernos, su pareja obligada de baile, su otro yo estorboso. Estos antagonistas existenciales terminan siendo, por ahora y mientras tanto, complementarios entre sí, comunicantes. Amigos-enemigos, ambos al mismo tiempo. Confianza-desconfianza, resumida en un guiño o en una mueca. ¿Dialéctica? Trialéctica más bien para los tiempos que corren. ¿Usted se imagina a Santos sin las FARC o viceversa? ¿Qué sería de nuestra “oposición” sin el chavismo o al contrario? Y a todas estas dónde queda el presidente Uribe. ¿Un simple desplazado VIP? ¿Un iracundo jarrón chino?
Capítulo siguiente. Mientras un abrumado presidente Maduro, en cadena de radio y televisión, trata de vender un fulano proyecto de ley de emergencia económica y sigue sin encontrar aún de qué frontera ahorcarse desgañitándose por convencer, no sé ya a estas horas quién le pueda hacer caso, que la oligarquía bogotana, “que desde los tiempos de Santander ha querido gobernar a Venezuela”, es la culpable de la mayoría de los males por los que se hunde la amada tierra de Bolívar, el presidente Santos, como si nada, monotemático y encandilado, casi que displicente él con todo lo demás, en trance, avanza inexorable, frenético y ciego, hacia los que algunos advierten pudiera ser el abismo de la paz. ¿La paz perversa?
¿Será, me digo, que en medio de tanto fracaso electoral, quiebre económico y desolación política en Venezuela brotan estas desazones y envidias recurrentes, ahora con motivo de la inminente firma del acuerdo de paz, que los hace clamar tantos insultos y desaires? Porque la andanada de Maduro contra Colombia, que ya había iniciado Diosdado Cabello hace poco cuando maldijo con aquello de “hipócritas, fariseos, malos vecinos, malagradecidos”, para referirse a los hijos de la Nueva Granada, no puede provenir sino de un terrible sentimiento de fracaso convertido en culpa, o celos o cálculo en suma, que los lleva a desahogarse desesperadamente y para colmo en público, frente a la supuesta indiferencia de Colombia para con Venezuela “que ya ni  nombran” y a la que deben, según los chavistas, además de otras extravagancias, hasta el territorio en el cual se está negociando la paz, que es el de Cuba, inocente paloma. Para mi gusto, justeza y coherencia, los quejosos gobernantes venezolanos debieran también drenar su frustración frente a los hermanos Castro y las FARC-EP por semejante, dramática e insoportable inapetencia, causa de este despecho. ¿Y cómo así, si hasta no más ayer dizque éramos los mejores amigos?
Otra escena. En Colombia es más que evidente que la guerrilla precisa existencialmente de Santos, pues aquella brújula violenta que indicaba cómo tomar y orientar el poder cambió de puntos cardinales. Ya el norte no es el norte, ni tan siquiera el sur, es otra cosa. Ahora el camino de la insurgencia es la “vía venezolana al socialismo”, a saber, el modelo chavista, democraticón él, sinónimo ensortijado de comunismo para cuyo logro “alias” Juan Manuel es el instrumento apropiado. ¿Para qué tanta selva si ya ni presos? ¡Que viva la justicia transicional, hermano! ¡Que viva la democracia!
Por su parte, si a Santos se le viene abajo el castillo de naipes de la paz, pues, que lo nombren embajador en cualquier parte, ya que no tendrá más carreta que echar. Su razón de ser y de estar, su narrativa, políticas todas, comienzan y terminan en la paz sin plan “B” a la vista, y en esta materia su verdadero socio, además de la izquierdosa comunidad internacional, no lo es la sociedad colombiana, que no está a su favor, o la oposición política reconocida institucionalmente, que lo enfrenta, sino los alzados en armas, sus amigos-enemigos dialécticos, sus verdaderos socios capitalistas para ganar la historia, lo que antes nadie jamás, la gloria inmarcesible, el júbilo inmortal.
Última nota. Por su parte, en Venezuela, achicharrado país petrolero y por los vientos que soplan ya ni eso, el gobierno autoritario si quiere seguir fingiendo de demócrata, que ya tampoco importa demasiado, requiere reconocer a la oposición así no se la trague, que acaba de obtener un apabullante respaldo electoral y ahora preside y es mayoría en la Asamblea Nacional. Porque en verdad el gobierno ya no existe sino como mausoleo, cascarón de proa desvencijado y encallado en los sargazos del cuento, sin líder ni partido ni dólares que obsequiar. Manda porque la Fuerza Armada aún lo respalda y en eso se le va el tiempo, en no caerse del todo. Se despidió de sí mismo. Aparentar estar muerto es fácil. Fingir que aún se está vivo es lo difícil y los precios de sus recursos histriónicos han bajado en la bolsa de Nueva York de tal forma que ya nadie les compra la charada. La política puede llegar a ser en estos tiempos enmarañados la ciencia de lo imposible. Y en esa pesadilla andan.
En estas postrimerías a la oposición democrática corresponde acompañar al que se va, constitucionalmente, sin perdón y sin odios, hasta su último adiós y cerciorarse de que todo quede bien ensalmado no vaya a ser que después se aparezca de noche y nos asuste con lo ya repetido del brinco por la espalda.