La Cumbre: ron con coca cola
Para los inflamados enemigos de las cumbres, como si éstas fueran organizadas para servir de algo más que no sea legitimar una decisión ya asumida por líderes y gobiernos a través de sus cancillerías, la Séptima Cumbre de las Américas, realizada recientemente en Panamá, debió serles motivo de frustración y encono.
Y no es para menos, pues en flamante escenario buscado, escogido, propicio y público, y con una difusión espectacular, se dio inicio formal a un nuevo período histórico en las relaciones del Continente Americano. Se incluye lo político, lo económico y por lo tanto lo ideológico, y ello se concretó con un simbólico apretón de manos entre los presidentes Obama y Castro.
Que este proceso de reconciliación sea lento, lleno de escollos y turbulencias, críticas, enemigos internos y externos, y posibles fracasos, lo presumen hasta las más inocentes palomas. Porque desmontar, descongelar un muro de prejuicios y agresiones mutuas que aprovechadas por terceros ya duraba por lo menos desde que Cuba fue expulsada de la OEA en 1962, no puede ser asunto que se resuelva con un mágico gesto de amistad por más sincero que éste sea.
Pero ello de por si valió la cumbre realizada con garbo y paciencia en el querido Panamá de mis tabogas. Sólo ese hecho crucial cristalizó la pena de tanto esfuerzo, además de enseñarnos que la política es la ciencia o el arte de lo que a veces pareciera imposible.
Frente a todos los países miembros de las Américas, sin falta alguna de sus jefes de Estado y de Gobierno, y como llevándole la contraria a todos los saboteos e incidentes programados, pagados y ejecutados por autores intelectuales foráneos, ambos mandatarios estrecharon sus manos, en foto que recorre el mundo, en gesto que horas antes se creía improbable.
Es tan paradójico y sorpresivo todo lo que ha ocurrido en tan poco tiempo, que hasta los amigos más íntimos de la Revolución Cubana de antaño, de Fidel, Playa Girón y demás, andan tan desconcertados y sin piso ante esta nueva realidad que no saben qué hacer, dónde meterse, qué discurso inventar.
Por otra parte, toda aquella campaña-show antimperialista guiada y pagada otra vez desde Venezuela, en reacción a la decisión de declararla como “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior de los Estados Unidos”, no les dio fruto alguno. Y si se quería hacer desistir, contaminar o retrasar la decisión cubana de restablecer relaciones con Washington, pues no lo consiguió.
Es una decisión tomada. Cuba no aguanta más porque entre otras circunstancias históricas ya Venezuela no es la ubre de antes y también porque la opinión pública en los Estados Unidos ha venido variando en relación al tema cubano. Además porque a Obama, si le faltaba aún dejar alguna huella, aparte de haber sido el primer presidente afro descendiente de su país, se la jugó como gran líder que es, con una visión política de largo alcance. De los Castro, ni pendejos que fueran.
A la luz de los elementos narrados, cada día más los desteñidos esfuerzos de algunos líderes y movimientos de militares golpistas o revolucionarios en América Latina por imponer regímenes de fuerza, ponen al descubierto su fracaso. Tan es así que la propia Cuba ha prestado su territorio y apoyo para resolver el viejo conflicto colombiano.
Ojala no tengamos que esperar cincuenta años para que la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos regresen a nuestro continente. Ese apretón de manos es verdaderamente histórico y pudiera cambiar, sin más, el curso de la historia.
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