Polo a tierra
Mal acostumbrados a fuerza de tanto modelaje a pensar y actuar en términos de amigos y enemigos, a sentir la política como guerra entre bandos al entender militar y caudillesco, resulta por lo menos comprensible que hayamos hecho y deshecho por encontrar cohesión de tropa e identidad de mando, como si de batalla se tratara, a la estructura organizativa de la oposición democrática frente a un gobierno de médula militar con uniforme camuflado de civil.
Pero es tiempo de amarrar a los locos y los excesos de la casa y encontrar señales de vida inteligente en el planeta de la oposición venezolana que tiene frente a sí el reto de regresar de Marte y darle cauce al preñado descontento social que se acumula en tanta ciudadanía huérfana, la cual debería expresarse contundentemente, en las próximas elecciones legislativas de fin de año, en contra del gobierno.
Para ello es necesario, antes que nada, de conducción política plural, quiero decir diversa, pero con sentido común, que dé contenido y argumento electoral y participativo a la crisis social que vive el país. Pero no será con golpes de pecho dedicados a lagrimear la idílica y esquiva unidad como vamos a resolver el entuerto de las desavenencias entre líderes y organizaciones.
Porque la unidad hasta ahora, arma de doble filo, ha sido una escurridiza consigna que ha infiltrado de frustración política y moral a la oposición; ha sido carga, fardo, que ha impedido el sano crecimiento de la ambición política, haciéndola sobrellevar una mala conciencia de sí misma como si de pecado a escondidas se tratara, y las palabras, la unidad es una de ellas, pueden tener un poder castrador extraordinario. Y no es que nadie esté en contra de la unidad, pero la siento como una obsesión paralizante que cierra el paso a la multiplicación de los caminos y de los encuentros entre actores diversos, críticos e ineludibles todos.
Puesto en su santo lugar el asunto unitario, debo decir que prefiero la síntesis, me conformo con ella en estricto sumario y no más allá de lo esencial y necesario; el escueto listado de lo posible que no exige la disolución artificial de las diferencias sino que se concreta a definir lo básico y sustancial.
Esa “síntesis” de la que hablo, nada nuevo, vendría a ser otra manera de llamar a un plan mínimo común que se lleva a cabo, en determinadas circunstancias, para lograr objetivos puntuales dentro de un propósito de más largo plazo. Tiene la virtud de que se puede escribir en una cuartilla; posee una narrativa comprensible y comunicable; no tiene ánimo de fundamentación programática y menos aún visos de heroicidad; es pragmática, con plazos fijos de cumplimiento y fecha de caducidad establecida.
Se trata en todo caso de una estrategia mínima con la que movilizar a la gente en un sentido preciso, poniendo a funcionar todos los recursos para dar un giro a la realidad que nos agobia y hacer crecer, con resultados en la mano, la ilusión política del venezolano que ha dejado de tener fe, esperanza y caridad para con la política y los políticos, a falta de victorias que permitan abrir hacia el futuro la fuerza represada y las agallas del ánimo inconforme.
A sabiendas y cálculos de todos los recursos que no cito por vergüenza con los que cuenta el gobierno, estamos en la obligación de ajustar veleidades, reducir el menú de nuestros apetitos, convertirnos en imán de tanta energía dispersa, para lograr unos resultados electorales que pongan sobre el tapete de la realidad la posibilidad de revertir, paso a paso, las circunstancias políticas de hoy. Después, ya se verá.
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