La teoría del otro
Leandro Area
Primero. A pesar de las aparentes y aparatosas distancias en el discurso, gestos y acciones del presente, entre Colombia y Venezuela hay algo que las avecina más allá de lo que repiten los libros o aparece rimbombante en los medios. Es que políticamente, a pesar de sus diferencias que son más que matices, las fronteras cerradas, por ejemplo, sus gobiernos, que son débiles e inescrupulosos por distintas razones, necesitan en muchos casos de intensos enemigos, reales o inventados, internos y externos si se puede, equivalentes en sus flaquezas y ambiciones a ellos mismos, para poder sobrevivir como proyecto político que camina a traspiés, y conservar o transferir así el poder sin sobresaltos entre fieles y acólitos de conveniencia.
En ambos casos, guerrilla colombiana y “oposición” a la venezolana, sin tener nada que ver entre sí y más bien al contrario en apariencia, se hacen equivalentes en el papel que tienen que jugar el uno para el otro, en este caso ante sus gobiernos, su pareja obligada de baile, su otro yo estorboso. Estos antagonistas existenciales terminan siendo, por ahora y mientras tanto, complementarios entre sí, comunicantes. Amigos-enemigos, ambos al mismo tiempo. Confianza-desconfianza, resumida en un guiño o en una mueca. ¿Dialéctica? Trialéctica más bien para los tiempos que corren. ¿Usted se imagina a Santos sin las FARC o viceversa? ¿Qué sería de nuestra “oposición” sin el chavismo o al contrario? Y a todas estas dónde queda el presidente Uribe. ¿Un simple desplazado VIP? ¿Un iracundo jarrón chino?
Capítulo siguiente. Mientras un abrumado presidente Maduro, en cadena de radio y televisión, trata de vender un fulano proyecto de ley de emergencia económica y sigue sin encontrar aún de qué frontera ahorcarse desgañitándose por convencer, no sé ya a estas horas quién le pueda hacer caso, que la oligarquía bogotana, “que desde los tiempos de Santander ha querido gobernar a Venezuela”, es la culpable de la mayoría de los males por los que se hunde la amada tierra de Bolívar, el presidente Santos, como si nada, monotemático y encandilado, casi que displicente él con todo lo demás, en trance, avanza inexorable, frenético y ciego, hacia los que algunos advierten pudiera ser el abismo de la paz. ¿La paz perversa?
¿Será, me digo, que en medio de tanto fracaso electoral, quiebre económico y desolación política en Venezuela brotan estas desazones y envidias recurrentes, ahora con motivo de la inminente firma del acuerdo de paz, que los hace clamar tantos insultos y desaires? Porque la andanada de Maduro contra Colombia, que ya había iniciado Diosdado Cabello hace poco cuando maldijo con aquello de “hipócritas, fariseos, malos vecinos, malagradecidos”, para referirse a los hijos de la Nueva Granada, no puede provenir sino de un terrible sentimiento de fracaso convertido en culpa, o celos o cálculo en suma, que los lleva a desahogarse desesperadamente y para colmo en público, frente a la supuesta indiferencia de Colombia para con Venezuela “que ya ni nombran” y a la que deben, según los chavistas, además de otras extravagancias, hasta el territorio en el cual se está negociando la paz, que es el de Cuba, inocente paloma. Para mi gusto, justeza y coherencia, los quejosos gobernantes venezolanos debieran también drenar su frustración frente a los hermanos Castro y las FARC-EP por semejante, dramática e insoportable inapetencia, causa de este despecho. ¿Y cómo así, si hasta no más ayer dizque éramos los mejores amigos?
Otra escena. En Colombia es más que evidente que la guerrilla precisa existencialmente de Santos, pues aquella brújula violenta que indicaba cómo tomar y orientar el poder cambió de puntos cardinales. Ya el norte no es el norte, ni tan siquiera el sur, es otra cosa. Ahora el camino de la insurgencia es la “vía venezolana al socialismo”, a saber, el modelo chavista, democraticón él, sinónimo ensortijado de comunismo para cuyo logro “alias” Juan Manuel es el instrumento apropiado. ¿Para qué tanta selva si ya ni presos? ¡Que viva la justicia transicional, hermano! ¡Que viva la democracia!
Por su parte, si a Santos se le viene abajo el castillo de naipes de la paz, pues, que lo nombren embajador en cualquier parte, ya que no tendrá más carreta que echar. Su razón de ser y de estar, su narrativa, políticas todas, comienzan y terminan en la paz sin plan “B” a la vista, y en esta materia su verdadero socio, además de la izquierdosa comunidad internacional, no lo es la sociedad colombiana, que no está a su favor, o la oposición política reconocida institucionalmente, que lo enfrenta, sino los alzados en armas, sus amigos-enemigos dialécticos, sus verdaderos socios capitalistas para ganar la historia, lo que antes nadie jamás, la gloria inmarcesible, el júbilo inmortal.
Última nota. Por su parte, en Venezuela, achicharrado país petrolero y por los vientos que soplan ya ni eso, el gobierno autoritario si quiere seguir fingiendo de demócrata, que ya tampoco importa demasiado, requiere reconocer a la oposición así no se la trague, que acaba de obtener un apabullante respaldo electoral y ahora preside y es mayoría en la Asamblea Nacional. Porque en verdad el gobierno ya no existe sino como mausoleo, cascarón de proa desvencijado y encallado en los sargazos del cuento, sin líder ni partido ni dólares que obsequiar. Manda porque la Fuerza Armada aún lo respalda y en eso se le va el tiempo, en no caerse del todo. Se despidió de sí mismo. Aparentar estar muerto es fácil. Fingir que aún se está vivo es lo difícil y los precios de sus recursos histriónicos han bajado en la bolsa de Nueva York de tal forma que ya nadie les compra la charada. La política puede llegar a ser en estos tiempos enmarañados la ciencia de lo imposible. Y en esa pesadilla andan.
En estas postrimerías a la oposición democrática corresponde acompañar al que se va, constitucionalmente, sin perdón y sin odios, hasta su último adiós y cerciorarse de que todo quede bien ensalmado no vaya a ser que después se aparezca de noche y nos asuste con lo ya repetido del brinco por la espalda.
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